SANTUARIO PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE LOURDES

Gruta y Basílica. Quinta Normal, Santiago de Chile.


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LA ALEGRÍA CRISTIANA

San Alberto Hurtado

Es nuestro rostro siempre una sonrisa ancha y brillante como el sol. Llenar de sol la vida de los demás.

Crear siempre alegría a nuestro alrededor. La vida no es triste sino alegre. El mundo no es un destierro sino un jardín. El hombre no nace para sufrir, sino para gozar. El fin de nuestra vida no es la muerte, sino la vida.

Un hombre por más virtuoso que sea, si vive melancólico merecerá que se diga: "Un santo triste es un triste santo".

Jaculatorias del fondo del alma; contento, Señor, contento. Y para estarlo decirle a Dios siempre, Sí, Padre.

La alegría o el dolor, es siempre la visita de Dios.

Hijo de Dios, heredero del cielo, que es la alegría sin la tasa ni medida... El canto está siempre en sus labios... Canta en el templo, canta en el hogar, canta cuando la pena ronda su alma. El canto que alegra y purifica como el agua, como la luz, como el sol y se traduce en risa franca y confiada.

Hay algo que todos queremos unánimemente en todo el mundo... Todos convenimos en una aspiración: la alegría. Todos queremos ser felices… El corazón humano busca la alegría, lo positivo, el amor.

La felicidad no depende de fuera, sino de dentro.

¿El pasado? Pertenece a la misericordia de Dios. ¿El presente? A su buena voluntad ayudada por la gracia abundante de Cristo. ¿El provenir? Al inmenso amor de su Padre Celestial.

Donde quiera que encontramos una sonrisa llena de sol, sincera, franca, calurosa, la agradecemos en este mundo en que dominan los días grises. ¡Cuántas veces tiene el poder de disipar los nublados!

No es lo que tenemos ni lo que tememos lo que nos hace felices o infelices. Es lo que pensamos de la vida. Dos personas pueden estar en el mismo sitio haciendo lo mismo, poseyendo igual y con todos sus sentimientos, pueden ser profundamente diferentes.

Quien quiera ayudarse también de medios naturales, comience por no dejarse tomar por una actitud de tristeza. Sonría aunque no quiera; y si ni eso puede, tómese los cachetes y hágase el paréntesis de la sonrisa.

San Alberto Hurtado.

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