SANTUARIO PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE
LOURDES
Gruta y Basílica. Quinta Normal, Santiago de Chile.
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“¡Ven, Señor Jesús!”
La palabra Adviento proviene del latín
“adventus”
y, a diferencia de lo que muchos piensan, no significa
“espera”,
sino que es una traducción de la palabra griega
“parusía”, que
significa “presencia”, o
más exactamente, “llegada” o “advenimiento”. El
término se usaba antiguamente para designar la presencia
de un rey o señor, o también del dios al que se
rendía culto.
El Adviento da inicio al Año Litúrgico. Es el
período que comprende los cuatro domingos previos a
Navidad, con sus
respectivas semanas. Doble
espera: la Navidad y la Segunda Venida de Cristo. En la
Santa Misa se suprime el Gloria (excepto el 8 de diciembre), y su
color litúrgico es el morado, con la salvedad del
mencionado día de la Inmaculada Concepción
(blanco). El Tercer Domingo, domingo del “alégrense”,
puede utilizarse el color rosado. Un signo típico es la
corona de adviento, que
contabiliza los domingos transcurridos de este tiempo
litúrgico.
En Adviento vivimos particularmente la
espera del Señor que viene. Y miramos a dos venidas: La venida
histórica de su Nacimiento y la que esperamos en su
segunda o última
venida. El mismo Jesús y otros escritores del Nuevo
Testamento la anuncian. En la primera parte del Adviento, la
liturgia acentúa la preparación a la última
venida. La última parte se concentra en la venida
histórica en Belén. Nosotros solemos mirar mucho
más a esta venida en Belén, que hace revivir el
anhelo de quienes esperaban al Mesías. En espíritu
similar, la liturgia bizantina en el último domingo de
Adviento conmemora a todos los santos del Antiguo Testamento,
hasta San José. En nuestro rito romano, aparecen con
relieve Isaías, Juan
Bautista y, sobre todo, la Virgen
María.
En ambas venidas se actualiza hoy
nuestra esperanza central: "Venga a nosotros tu Reino", que es
el dominio amoroso de Dios. Dios reina en nosotros en la medida
en que amamos.
La espera del Señor nos transforma, mejora nuestra vida. Al esperar vivamente al Señor, nuestro corazón vibra con sentimientos más elevados. En otras palabras, se trata de despertar la presencia de Dios en cada persona, es iluminar nuestras vidas con la luz del bien para hacer desaparecer la oscuridad del egoísmo, de la falta de amor, de la incapacidad de perdonar y de todos aquellos sentimientos negativos que nos impiden reconciliarnos y estar en paz con nosotros mismos y con los demás.
El Adviento es el período que
comprende los cuatro domingos previos a Navidad con sus
respectivas semanas. El primer domingo
(que puede caer entre el 27 de noviembre y el 3 de diciembre)
está mayormente concentrado en la segunda venida del
Señor: se nos llama a estar vigilantes y prevenidos
esperando este gran acontecimiento. Y en el segundo domingo,
esta idea se reafirma al invitarnos a preparar los caminos del
Señor, así “los hombres verán la
salvación”.
El tercer
domingo se llama Gaudete, domingo del “alégrense”. Se
nos exhorta a estar alegres porque el Señor está
cerca. En este domingo particular se puede utilizar el
rosado como color
litúrgico. Podríamos considerarlo como el punto de
inflexión entre la espera de la segunda venida del
Señor y la previa de la fiesta de la primera venida, la
Navidad. Así, el cuarto domingo
está dedicado a quien concibió al Mesías y
quien también es nuestra Madre, la Santísima Virgen
María. Y no olvidar que el Adviento tiene una
solemnidad muy relacionada con su temática: la
Inmaculada
Concepción, del 8 de diciembre.
En los domingos de Adviento, la familia o la comunidad se reúne en torno a la Corona de Adviento. Se enciende la corona -según la explicación de más adelante- y luego se lee la Biblia y alguna meditación. En el caso de las celebraciones eucarísticas, el encendido de la corona se produce al comienzo de la Misa, junto al canto de entrada o a continuación de éste junto a una oración de bendición.
La Corona de Adviento tiene su origen
en una tradición pagana europea que consistía en
prender velas durante el invierno para representar al fuego del
dios sol, para que
regresara con su luz y
calor durante el invierno. Los primeros misioneros
aprovecharon esta buena tradición para evangelizar a las
personas, y lo hacían desde sus costumbres para
enseñarles la fe católica.
La corona está formada por una
gran cantidad de símbolos, pero sin duda que el
más importante es
el conjunto
de cinco velas que la componen; de éstas,
cuatro están en su
perímetro y la restante al centro.
Las cuatro velas perimetrales se
encienden sumando de a una en cada uno de los cuatro domingos del
Adviento, es decir, nos contabilizan la cantidad de domingos
transcurridos de este tiempo litúrgico. Estas velas
pueden ser del mismo
color (morado de preferencia), o tres moradas y una rosada,
correspondiendo esta última al tercer domingo, o
todas de diferente color
(morado para el primer domingo, verde para el segundo, rosado
para el tercero y celeste o blanco para el cuarto domingo). Como
reflexión, se nos hace pensar en la oscuridad provocada
por el pecado que ciega al hombre y lo aleja de Dios.
Después de la primera caída del hombre (Adán
y Eva), Dios fue dando poco a poco una esperanza de
salvación que iluminó todo el universo como las
velas de esta corona. Así las tinieblas se disipan con
cada una de las velas que encendemos. Cada vez está
más cercana la llegada de Cristo a nuestro
mundo.
La vela del centro, de color
blanco, se enciende
durante Nochebuena, para indicar que llegó la luz de la
salvación. Durante el Tiempo de Navidad, la corona puede
estar presente con todas sus velas encendidas.
La forma circular de la
corona: El círculo no tiene principio ni fin. Es
señal del amor de Dios que es eterno, sin principio y sin
fin, y también nuestro amor a Dios y al prójimo que
nunca debe terminar.
Otros símbolos que tiene la corona son las ramas verdes y las manzanas rojas. Las ramas verdes representan la esperanza y la vida. Dios quiere que esperemos su gracia, el perdón de los pecados y la gloria eterna al final de nuestras vidas. El anhelo más importante para todos debe llegar a una unión más estrecha con Dios, nuestro Padre. Las manzanas rojas que adornan la corona representan los frutos del jardín del Edén con Adán y Eva que trajeron el pecado al mundo, pero recibieron también la promesa del Salvador Universal.
Concentrados en la espera de la fiesta de Navidad, es una tradición popular la llamada Novena al Niño Dios, que se reza desde el 16 de diciembre hasta el día 24. La fecha de inicio prácticamente coincide con el anteriormente mencionado “punto de inflexión” en la liturgia, entre la espera de la segunda y primera venida del Señor. Esta novena se reza para recordar la primera venida de Jesús al mundo para salvarnos del pecado al nacer en Belén. Esta devoción podría llamarse también “Novena del Nacimiento de Jesús”, “Novena preparatoria a la Navidad” o “Novena Pre Navidad”.
Durante esos días se puede ir armando de a poco el pesebre navideño, que es una imagen en la cual está recreado el Nacimiento de Jesús, un humilde establo donde se encuentran presentes el Niño Dios junto a su Madre, la Virgen María, y su padre legal, San José. Optativamente están además los Pastores y Reyes Magos. En cada día de la novena se va agregando al pesebre una figura o un personaje, hasta completarlo en la Nochebuena, gesto que sirve para marcar la diferencia entre Adviento y Navidad.
A continuación, un esquema para
armar el pesebre durante la Novena de Navidad (el orden es solo
sugerencia, puede no necesariamente ser el mismo):
Primer Día, 16 de Diciembre:
Casa del pesebre y un poco de paja.
Segundo Día, 17 de Diciembre:
La Santísima Virgen María y San
José.
Tercer Día, 18 de Diciembre:
Un tiesto con agua.
Cuarto Día, 19 de Diciembre:
Animales (el burro, un buey, ovejas, perros, gatos, conejos,
cerdos, aves, etc.), excepto camellos.
Quinto Día, 20 de Diciembre:
Los pastores (pueden ser campesinos).
Sexto Día, 21 de Diciembre:
Ángeles.
Séptimo Día, 22 de
Diciembre: Estrella de Belén.
Octavo Día, 23 de Diciembre:
Los Reyes Magos (y sus camellos).
Noveno Día, 24 de Diciembre: El Niño Jesús.
Primer Domingo: Mateo 24, 37-44 (Año A);
Marcos 13, 33-37
(Año B) y Lucas 21,
25-28.34-36 (Año C).
Segundo Domingo: Mateo 3, 1-12 (Año A);
Marcos 1, 1-8
(Año B) y Lucas 3,
1-6 (Año C).
Tercer Domingo: Mateo 11, 2-11 (Año A);
Juan 1, 6-8.19-28
(Año B) y Lucas 3,
10-18 (Año C).
Cuarto Domingo: Mateo 1, 18-24 (Año A);
Lucas 1, 26-38
(Año B) y Lucas 1,
39-45 (Año C).
(Acompaña el
encendido de las velas de la Corona de Adviento)
La tierra,
Señor, se alegra en estos días, y tu Iglesia
desborda de gozo ante tu Hijo, el Señor, que se avecina
como luz esplendorosa, para iluminar a los que yacemos en las
tinieblas de la ignorancia, del dolor y del pecado.
Lleno de
esperanza en su venida, tu pueblo ha preparado esta corona con
ramos del bosque y la ha adornado con luces. Ahora, pues, que
vamos a empezar el tiempo de preparación para la venida de
tu Hijo, te pedimos, Señor, que, mientras se acrecienta
cada día el esplendor de esta corona con nuevas luces, a
nosotros nos ilumines con el esplendor de Aquél que, por
ser la luz del mundo, iluminará todas nuestras
oscuridades.
Por Jesucristo, Nuestro
Señor, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.
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