SANTUARIO PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE LOURDES

Gruta y Basílica. Quinta Normal, Santiago de Chile.


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“YO SOY LA INMACULADA CONCEPCIÓN”

Tema Pastoral Lourdes 2020-2021

Lourdes 2020

El tema que se nos propone este año -un año marcado por la crisis mundial producto del coronavirus- toma las últimas palabras de María a Bernardita cerrando la conversación con aquella que deseaba saber quién era: «Yo soy la Inmaculada Concepción».

LOURDES CON NOMBRE DE ORIGEN: “YO SOY LA INMACULADA CONCEPCIÓN”

Se nos proponen tres miradas con gestos concretos para su aplicación:

1.- EL ROSTRO DE MARÍA, INMACULADA CONCEPCIÓN:

La criatura completamente transparente del amor ofrecido. Una criatura, no una diosa, ni un ser intermediario entre Dios y el hombre. Una mujer disponible por completo, desde el principio hasta el final, desde su concepción hasta su muerte. Fue concebida sin pecado, sin ningún obstáculo que se opusiera al amor, Inmaculada. De lo contrario Dios se habría quedado para llamar a su puerta. De hecho, el amor puede encarnarse en ella, no ser una palabra vana. Ella concibe el don de Dios. El 25 de marzo, después de tres semanas de Apariciones y tres semanas de silencio, puede al fin declarar a Bernardita: «YO SOY la Inmaculada Concepción». Por eso el pueblo cristiano desea tanto acercarse a María, una Madre tan bella. En nuestras regiones se venera su imagen. Estamos invitados a llevarla a Lourdes, como signo de reconocimiento. Llevamos a Lourdes la imagen de María.

2.- LA APARICIÓN QUE SIGUE A LA DEL 25 DE MARZO TIENE LUGAR EL MIÉRCOLES 7 DE ABRIL.

Bernardita, al cabo del tiempo tiene en las manos ya no la cera de la vela, sino la llama, ella misma se convierte en cirio pascual, zarza ardiente, signo de la presencia abrasadora de ese Amor que quiere pasar a través de nosotros. Cada uno es elegido incluso antes de la fundación del mundo para ser santo e inmaculado en presencia de Dios en el amor. El privilegio de María nos dice lo que somos y nuestra vocación.

Cada uno de nosotros recibe una piedra blanca con un nombre nuevo, el secreto de su corazón en el Corazón mismo de Dios: el nombre y la misión. Cada uno lo recibe con la gracia de su bautismo: «¡Tú eres mi hijo amado. Eres una pura maravilla!». Y la gracia del sacramento de la Reconciliación nos sumerge en la alegría de nuestro nuevo nacimiento en Dios. Teníamos, de manera casi instintiva, el sabor del pecado y María nos da el sabor de Dios, el gusto de la adoración, la escucha de su Palabra y el placer de una vida completamente entregada. Recibo una piedra blanca donde inscribo el nombre recibido en la oración y el intercambio.

3.- LA IGLESIA ES ESTA FAMILIA:

Ese lugar materno donde se nos reconciliamos con Dios, donde recibimos a hermanos con quien compartir el don de Dios. ¡Un cristiano aislado es un cristiano en peligro! María, la Madre, quiere que estemos todos juntos, con Jesús nuestro Hermano mayor. Entonces nos damos cuenta de que nos ha precedido una inmensa muchedumbre de testigos que acogieron en su vida la luz. Son santos y podemos elegir a la persona que nos ayudará personalmente en nuestro camino de la fe.

Llevamos a Lourdes muchas intenciones que nos han confiado. Volvemos de Lourdes enriquecidos con un nuevo compromiso: puede ser el agua de la Gruta, recuerdos… También podemos descubrir la gracia de una fraternidad cristiana, un grupo de oración, servir, entrar en un movimiento. También se nos puede ofrecer, por ejemplo, el escapulario de la Familia de Nuestra Señora de Lourdes para permanecer en la gracia del encuentro. Después recibimos todos los meses una carta que meditamos, si es posible con otras personas, constituyendo pequeños Cenáculos, casa de discípulos-misioneros, apóstoles de un nuevo Pentecostés. Nos gustaría señalar en Lourdes las fiestas marianas, el Mes de María, hacer del Santuario y de los lugares vinculados a él «escuelas de la Inmaculada», recordándonos siempre que María nos lleva a Jesús. Es Él quien nos la da: «¡He aquí tu Madre!», y nos vuelve atentos: «Hagan lo que Él les diga». Elijo o recibo el nombre de un santo para que me acompañe. Realizamos el acto de confianza o de consagración hacia la Inmaculada Concepción de María.

Nuestra Señora de Lourdes

REFLEXIÓN SOBRE EL TEMA:

1.- «DIOS TE SALVE MARÍA…»:

a) La gracia de un encuentro, a la sombra de la Cruz:

Aquí estamos con Bernardita en la gruta para encontrar a María. De hecho, durante las Apariciones, nadie veía a María, todos querían ver a Bernardita: descubrían en la Luz a ella, la niña ignorada de Lourdes. Es a ella a quien queríamos unirnos en 2019, en el doble aniversario de su nacimiento y muerte.

Durante el año 2020 nos gustaría sumergirnos en el misterio de ese rostro que refleja una claridad que viene de otro lugar. Primeramente, seguir el camino que le insta a realizar a ella, respondiendo a la pregunta realizada el 18 de febrero: «Señora, ¿tendría usted la bondad de poner su nombre por escrito?» -«No es necesario», responde ella sonriendo, y retomando la misma fórmula utilizada por Bernardita, le pide un compromiso: «¿Quiere hacerme el favor de venir aquí durante quince días?» No puedo dar mi nombre como se presenta una etiqueta, un documento oficial, le propongo abrirle mi corazón, y eso supone que abra usted el suyo…¿Quiere comprometerse en este intercambio?

Tiempo de la familiarización, de la mutua revelación. No se trata de recibir sino de dar, de entregarse a un intercambio, gratuito, a una comunión de gracia, sabiendo que solo así se entrará en el don de existir como persona.

El cuerpo, la mente, el corazón del otro se convierten fácilmente en mercancías que se pueden explotar.

Estamos invitados a visitar, a descubrir, a suscitar un misterio revelado al secreto del Encuentro. Querer conocer el nombre de María es disponerse a escuchar los latidos de su corazón, es hacer el suficiente silencio para dejar pasar el soplo que el otro quiere transmitirme, es ver poco a poco donde se encuentra su morada, morar en ella también, estar en sintonía con sus gustos, su manera de pensar, remontar hasta sus orígenes para renacer yo también a una nueva vida, una exigencia compartida.

Bernardita, ya desde el primer momento de sorpresa vio luz en la Gruta y tuvo que situar el encuentro a la sombra de un signo demasiado habitual y al que hay que acercarse con el respeto que merece: la señal de la Cruz: «En el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo». En el Nombre de un Dios en tres Personas que se revela en la Cruz, Cruz de sufrimiento, Cruz deseada por un Amor que da sentido incluso al sufrimiento y a la muerte. Cruz que revela el Misterio de un Dios Relación eterna de amor, hasta la capacidad de morir por aquel que ama.

Es ahí donde siempre tenemos cita. Bernardita lo supo, hasta morir ella también con el crucifijo atado en su pecho. Ella existe también para amar. «No viviré un solo instante sin amar». En la Gruta, Bernardita descubrió un encuentro ordinario, y sin embargo tan escaso: «Me miraba como una persona que habla a otra persona». Si se toma la expresión en serio, implica un infinito respeto por el misterio único al que se dedica cada ser humano y del que no tiene él mismo la medida. El ser humano no es un objeto, ni un animal guiado por su instinto, él es el ser único con quien Dios quiere entrar en relación. Una libertad habla a otra libertad, en el soplo del Espíritu de Amor.

Tendríamos sin lugar a dudas una idea de este encuentro si juntamos el principio y el final del Evangelio, el saludo dirigido a María por el ángel Gabriel enviado por Dios (Lc 1, 28) y el dirigido por Jesús a las mujeres que encontraron la tumba vacía: «Alégrense» (Mt 28, 9). Acercamiento respetuoso de Dios que se dirige a la libertad de su criatura para confiarle una misión: dar vida a Cristo, dar vida a la Iglesia, engendrar el mundo nuevo. Las mujeres son llamadas así a entrar en el pensamiento mismo de Dios y a inventar la vida.

b) «¿Quién eres tú, Inmaculada Concepción?»:

María no es sino la respuesta perfecta dada finalmente al deseo de Dios. Ella está en sintonía con la ofrenda a la alegría del Amor eterno. El Padre reconoce en esta mujercita de Nazaret a la criatura que confía en él; la confía el Hijo, sin temor, como un embrión en el seno de su madre, como el niño completamente dependiente de la buena voluntad de sus padres. Ella es pues el Templo, el ícono, la «Esposa» del Espíritu Santo, si empleamos las imágenes utilizadas en el Concilio Vaticano II, por los Papas o los santos.

«¿Quién eres tú, Inmaculada Concepción?». Era la pregunta del P. Kolbe durante su peregrinacióna Lourdes en 1930. También era elobjeto de su meditación el día desu arresto, el 17 de febrero de 1941, cuando le iban a llevar al campo deAuschwitz. Vivía de nuevo con elentusiasmo del ángel Gabriel, contemplando en ese rincón desconocido de Nazaret el misterio adorado en el cielo: la concepción del Hijo Único. La carne de una mujer da Vida al Dios que se ofrece. Ella es el eco perfecto del eterno de Dios, ella permite que resuene para siempre en la historia del mundo.

El Espíritu de confianza y amor ha sido expulsado del paraíso por el pecado del hombre, y la tierra se ha vuelto un infierno. Después se ha acercado a algunos privilegiados, patriarcas, profetas o reyes, que lo acogieron, pero también se mostraron infieles; ahora puede permanecer entre los hombres: «El Espíritu Santo vendrá sobre Ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra», porque eres el Tabernáculo, la Tienda donde viene a habitar el Don de Dios.

Dios se revela humanizándose. Se reconoce en su criatura, transparente del Amor. Y María, que no se complace un solo instante en su maravillosa belleza, deja cantar en ella al Dios que se humilla: ella es su esclava, se parecen los dos. Y ella también deposita su mirada en una humilde muchacha de un pueblecito de los Pirineos, un Nazaret de hoy, una Bernardita que se parece a ella. Va a reconocer y despertar en ella la misma transparencia, la misma disponibilidad a su misión, hacer nacer a Cristo en las almas.

La sociedad de la peregrinación está invitada a suscitar la comunión de las personas en torno a María y Bernardita: que aparezca en la luz el rostro de los hermanos, rostro del mundo, rostro de Dios. Sería interesante que cada grupo se llevase a Lourdes una imagen de María venerada en su diócesis, en su país. Podría figurar con los estandartes de la procesión mariana y manifestar la presencia en nuestros caminos de esta Madre que nos engendra a la vida de Dios. Le presentamos nuestro cariño, guiados por el mismísimo Señor: «Dios te salve, María...».

"Yo soy la Inmaculada Concepción"

2.- «MÁS JOVEN QUE EL PECADO»:

a) Dios se da en un niño pequeño:

Bernardita aprende ese 25 de marzo de 1858 que la Señora de la Gruta, “Aquero”, es la Madre de Jesús. Sin embargo, el nombre que se da puede sorprender. Evoca el dogma definido por el Papa Pío IX cuatro años antes, el 8 de diciembre de 1854: María fue concebida sin pecado original. Pero en Lourdes ya no se trata solo de recordar una cualidad ya reconocida en la oración de la medalla milagrosa: «Oh María sin pecado concebida...», sino de que María diga quién es, de revelar el secreto de su corazón. Junta las manos y levanta los ojos hacia el cielo diciendo: «Yo soy la Inmaculada Concepción».

Se ha llegado a pensar que quería significar que era la Pureza absoluta, pero la concepción no es una cualidad, es una acción. Ahora bien, el 25 de marzo, nueve meses antes de Navidad, se celebra la Concepción de Jesús (Anunciación). Así María identifica todo su ser a su misión, concebir para el mundo un pequeño ser que acaba de ser formado en su seno, el Hijo de Dios: Ella no tiene otra existencia que esa maternidad, indicada aquí en su misma raíz, la concepción del Niño. Si ella misma fue concebida sin pecado, no es para que nos paremos en ella y la admiremos, sino para que la sigamos en su sí, en su acogida del don de Dios a darse en un niño pequeño.

El P. Kolbe intenta explicárnoslo: En Dios el Padre es quien concibe, el Hijo es aquel que ha sido concebido y el Espíritu es la concepción, el amor compartido del Padre y del Hijo. Y Dios quiere ofrecer a la tierra ese amor: para ello ha dispuesto amorosamente el corazón de una criatura para que acoja su Espíritu sin reservas. Si Ella no hubiera dicho sí, Él no habría forzado la puerta, se habría quedado llamando a la puerta. Pero supo encontrar a esa mujer de Nazaret, completamente vaciada de sí misma, de cualquier pretensión a una existencia independiente: está colmada de gracia, llena del Espíritu Santo; está llena de luz.

b) El éxito de Dios:

Nada está perdido para Dios. El pecado no fue el primero en hablar en la historia. Estamos enraizados en un Amor que nos lleva y que el pecado no ha conseguido borrar de lo más profundo de nuestros corazones. En el hueco de nuestra historia, bajo todas las capas de violencia y barro, más auténtico que toda nuestra suciedad, se encuentra ese cántico de manantial que sube del corazón de María, está el sí, ese «Fiat» pronunciado a la luz y que nos libera de la noche del vacío.

Cuando el Señor quiere crear el mundo sabe que puede decir «Fiat Lux», «Exista la luz», ya que oye la respuesta de su criatura: «Fiat Mihi secundum Verbum tuum», «Hágase en Mí según tu Palabra». Oye latir el corazón de aquella que permite a su Palabra creadora tomar carne en ella. La existencia no nos es impuesta. Cada uno tiene que dejar entrar en sí esa parte mariana de su ser, que se atreve a decir sí. «Bendito seas Señor por haberme creado»: era la oración de Santa Clara, es la nuestra cuando nos liberamos de nuestro orgullo o miedos, y nos abrimos a la Vida.

El «Fiat», el Sí de María es el sí de una libertad que saca sus fuerzas de la Gracia. Eva dejó que la serpiente instalara en ella la duda, María vive de la confianza en Aquel que irá hasta el final en su fidelidad al Padre. María vive de la obediencia de Jesús. En la cronología de nuestra tierra, existe antes que su Hijo Jesús, pero en el corazón de Dios es desde siempre y hasta siempre el primer discípulo del Verbo, «hija de su Hijo».

Teresita del Niño Jesús puede ayudarnos a entender, a partir de su propia existencia, esta dependencia de María respecto a su Hijo, mejor que los más grandes teólogos. Ella misma es consciente de que sin la acción de Dios que la preserve, sería la mayor pecadora: «Reconozco que sin Él, podría haber caído tan bajo como Santa Magdalena […] pero también sé que Jesús me ha dado más que a Santa Magdalena, porque me lo ha dado por anticipación impidiendo que cayera» (Manuscrito A, 38 v). La santidad es el fruto de una Misericordia considerada, no es una cualidad de la que la persona podría vanagloriarse.

María, concebida sin el pecado original, parecía a los teólogos que era una excepción en la redención universal de la muerte y resurrección de Cristo. No habría necesitado ser redimida. Aunque es la más perfectamente redimida, no después, como si Dios sólo hubiera podido reparar su creación dañada, sino desde el principio: «La Mujer de la Gracia por fin reinstaurada. La criatura que salió de Dios la mañana de su esplendor original».

«Duns Scoto, para hacer comprender esta preservación del pecado original, desarrolló un argumento que luego fue adoptado también por el Papa Pío IX en 1854, cuando definió solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción de María. Y este argumento es el de la «Redención preventiva», según la cual la Inmaculada Concepción representa la obra maestra de la Redención realizada por Cristo, porque precisamente el poder de su amor y su mediación ha hecho que su Madre sea preservada del pecado original. Por tanto, María es totalmente redimida por Cristo, pero ya antes de la concepción…».

c) Una fuente oculta, una esperanza nueva:

No es el magisterio de la Iglesia ni los teólogos quienes han imaginado esta doctrina. «Teólogos de valía, como Duns Scoto acerca de la doctrina sobre la Inmaculada Concepción, han enriquecido con su específica contribución de pensamiento lo que el pueblo de Dios ya creía espontáneamente sobre la Virgen santísima, y manifestaba en los actos de piedad, en las expresiones del arte y, en general, en la vida cristiana. Así, la fe, tanto en la Inmaculada Concepción como en la Asunción corporal de la Virgen, ya estaba presente en el pueblo de Dios, mientras que la teología todavía no había encontrado la clave para interpretarla en la totalidad de la doctrina de la fe. Por tanto, el pueblo de Dios precede a los teólogos y todo esto gracias a ese sobrenatural sensus fidei, es decir, a la capacidad infusa del Espíritu Santo, que habilita para abrazar la realidad de la fe, con la humildad del corazón y de la mente. En este sentido, el pueblo de Dios es «magisterio que precede», y que después la teología debe profundizar y acoger intelectualmente. ¡Ojalá los teólogos escuchen siempre esta fuente de la fe y conserven la humildad y la sencillez de los pequeños!»

El pueblo, sin duda, no habría podido desarrollar intelectualmente la doctrina del pecado original: lo que vive es la certeza de una presencia materna, la ternura de un amor, de donde brota una vida verdadera, no contaminada o condenada, sino pura y bella desde siempre y hasta siempre. Esto es lo que la fe nos enseña: la fe, es decir, la confianza originaria que nos saca de la nada y nos hace disponibles a la obra de Dios.

María concebida sin pecado no carece de nada, no es menos humana que los pecadores, al contrario. Es la criatura que no escapa a las manos de Dios y que permanece obediente a la gracia. Ella es la que escucha, y por lo tanto está liberada de las cárceles del egoísmo, del orgullo o del miedo. Vacía de todo el estorbo de un yo encerrado en sí mismo, es porosa al amor ofrecido, es capaz de llevarlo al mundo.

María, ¿una excepción en nuestra humanidad? Estadísticamente seguro, pero la verdad no está en la estadística. María es la verdadera humanidad, da testimonio en el corazón de nuestra historia que el origen es siempre accesible. Y en Lourdes, con Bernardita, nos atrae a la fuente. Nos hace descubrir quiénes somos en el corazón de Dios. Tanto es verdad que existimos por la mirada que nos hace vivir. No me doy la vida, la recibo y la transmito, vivo por y en un intercambio de amor.

Por lo tanto, nosotros somos la excepción, los que sentimos bien esta complicidad con el mal, el miedo, la sospecha, y los que tratamos de escapar a los paraísos artificiales. Pero en Jesucristo, su Hijo primogénito, Dios nos hace renacer también como hijos suyos. «Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor» (Efesios 1, 4). Nos hizo renacer en la familia Iglesia: «como Cristo amó a su Iglesia: Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para presentársela gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada» (Efesios 5, 25-27).

Por tanto, dejémonos llevar por la humildad confiada de María, con la sencillez de Bernardita que frustra las trampas que se le tienden. Acojamos a esta niña que Dios nos da, «más joven que el pecado, más joven que la raza de la que procede, y aunque Madre por la gracia, Madre de las gracias, la hija menor del género humano». «Tenía los ojos azules», color del nacimiento. Así concluía Bernardita la narración de las Apariciones.

Lourdes

3.- «AHÍ TIENES A TU MADRE»:

a) Un nombre nuevo, un nacimiento nuevo:

Todo privilegio en Dios está hecho para ser compartido. María no se hace admirar por Bernardita, le confía una misión, la de ofrecer a un mundo pecador este anuncio: «YO SOY la Inmaculada Concepción». Bernardita no sólo repite, se apropia esta declaración y la hace suya. Así, «los sacerdotes» a quienes es enviada sabrán que a su vez deben «construir una capilla», morada de Dios entre los hombres, pero fuera de los caminos ya conocidos, como en el desierto. Está naciendo algo nuevo: se convoca un pueblo en una tierra virgen para acoger la gracia de una nueva creación.

El fariseo Nicodemo le hará a Jesús la pregunta que había sido la de María al ángel Gabriel cuando le enseñaba que debía ser la madre del Mesías: «¿Cómo puede ser posible?» (Juan 3) «¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer?» Se trata de esto. Nuestro nacimiento en la tierra nos abre un espacio que debe darnos el recuerdo y el gusto del otro. Estamos hechos para la felicidad de otro mundo, no para evadirnos de aquel que habitamos, sino para despertar en él una disponibilidad a la gracia. «Maestro, ¿dónde vives?» preguntan los discípulos de San Juan Bautista a Jesús: van a descubrir al hijo Amado que vive en el seno del Padre (Juan 1, 38-39).

Tenemos en María el modelo de la capilla que hay que construir, la casa de Nazaret y el Cenáculo, casa habitada por la oración y disponible al don del Espíritu. ¿No puede ya el Calabozo de la calle de Petits-Fossés darnos la dirección? Oración y amor filial eran el alimento de Bernardita a diario. Amor de Dios y servir a los pobres eran su vocación con las Hermanas de la Caridad de Nevers. Quemada con la llama que brota de la tumba el domingo de Pascua por la mañana, Bernardita reflejará la sonrisa, la luz de la mirada y el corazón de María. Hace el recado, no como un cartero que ignora el contenido del mensaje sino como los primeros testigos de la Buena Noticia, que son ellos mismos los primeros transfigurados.

Bernardita cuando vuelve del éxtasis, no puede explicar el sentido de su declaración, pero la acogió como una semilla en su corazón: «YO SOY la Inmaculada Concepción». María fue admitida la primera en la familia de Dios. No por su naturaleza, sino por la gracia y la obra del Espíritu Santo en ella y participa en el nacimiento del Hijo de Dios. Bernardita asumirá también esa misión. Lo decíamos en el 2019 cuando la veíamos enseñar la Caridad de Dios a una de las muchachas que entraban en Nevers, pero que no se sentía capaz de acercarse a la llaga repugnante de una religiosa enferma. «YO SOY la Inmaculada Concepción». Me dejo quemar por la llama de la vela y me convierto en zarza ardiente: no soy nada por mi mismo, tan solo una planta de espinos, una presencia de amor me ilumina desde el interior para difundirse a través de mí.

No, Bernardita tú no eres una «inútil», eres una pura maravilla y harás nacer en tu hermano peregrino, el gusto de encontrar la fuente olvidada de su concepción en el seno mismo de Dios, de su vocación de hijo de Dios.

Lourdes Chile

b) El nombre y la misión de la Iglesia:

El nombre de María es la misión de la Iglesia, no una actividad entre otras, sino una misión que la defina, que le da un nombre. Ella deja pasar, lleva y da al mundo el Unigénito, expresión perfecta del Amor del Padre. «El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al vencedor le daré el maná escondido, y una piedrecita blanca, y escrito en ella un nombre nuevo, que nadie conoce sino aquel que lo recibe» (Apocalipsis 2, 17). Estaría bien que durante la peregrinación cada participante reciba una piedra blanca donde pueda escribir la misión que se le confía, una misión única donde su vida entera quede comprometida. Pienso en esa religiosa que el día de la toma del hábito recibió el nombre de «la alegría compartida»: sin darse cuenta, irradiaba en muchas circunstancias una alegría que los demás recibían con gusto.

«YO SOY la Inmaculada Concepción». El Señor no es celoso de sus privilegios, nos da todo, incluso la vida de su único Hijo, el amado (Génesis 22, 2). A diferencia de Abrahán que vuelve a encontrar a su hijo Isaac dispensado del sacrificio, el Padre va hasta el final de la ofrenda, y María, la Madre, participa en ella. Se nos manifiesta pues que ese Amor es capaz de atravesar el abismo del rechazo, del sufrimiento y la muerte, y de suscitar al final el sí de la criatura que le reconoce: Dios se mostrará capaz incluso de transformar a los culpables en peregrinos, reconciliados con la Vida que da.

Entremos en ese diálogo que hace nacer la Iglesia en el jardín de la tumba vacía. La mujer se quedó llorando. Oye que la llaman: «¡María!» y reconoce al que le habla: «¡Rabboni!» (Juan 20, 16). Jesús en cierta manera «inmaculiza» a la Magdalena, dándole el nombre de aquella que perdió el suyo, ya que en el Evangelio de Juan se la llama sencillamente: «la Madre de Jesús». La gran anónima del Cuarto Evangelio existe por la gracia que la colma y la misión que se le confía: es transparencia de ésta, la difunde completamente a medida que la ofrece.

María Magdalena promovida como «Apóstol de los Apóstoles», se funde ella misma en la misión de la Iglesia, «existe para evangelizar». Por último, los pobres pescadores de las orillas del mar de Galilea se convertirán en «pescadores de hombres», llevarán a Cristo como una madre lleva a su hijo. «Hijos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo se forme en ustedes», dice San Pablo en la carta a los Gálatas, justo después de haber confesado el Misterio: «Mas cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley,… para que recibiéramos la adopción filial» (Gálatas 4, 4. 9).

La Iglesia debe recuperar su nombre y su misión, debe resistir sin cesar a la tentación de ser a sí misma su propia referencia, de ponerse por su cuenta para convertirse en un sistema de pensamiento, en una organización humanitaria, una religión entre otras: es el lugar de una vida compartida, la vida misma de Dios que la quema. Su única seguridad está en su Dios que le repite: «Te he llamado por tu nombre, tú eres mío» (Isaías 43, 1), «Mira, te llevo tatuada en mis palmas» (Isaías 49, 16), «Te pondrán un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor» (Isaías 62, 2). «Y tú pensarás para tus adentros: “¿Quién me engendró a estos? Si yo no tengo hijos y soy estéril; si he estado desterrada y repudiada, ¿quién me los ha criado? Me habían dejado sola, ¿de dónde salen estos?”» (Isaías 48, 21).

Frente a este misterio de elección gratuito de Dios, de la salvación ofrecida y la misión confiada, podrás entonces dejar subir el grito del reconocimiento hacia Aquel que te ama: «Tú, Señor, eres nuestro Padre, tu nombre desde siempre es “nuestro Libertador”» (Isaías 63, 16). Entiendes que si eres la elegida, preferida, escogida, es para que todos entiendan que son queridos, amados, elegidos a través de ti; si tú has podido ser conducida por el Señor a pesar de tus crímenes y prostituciones, –como testimonia la Historia Sagrada del pueblo judío y de la primera Iglesia–, tiene que haber un lugar para los enfermos y los pecadores, las prostitutas y publicanos en el Reino de los cielos.

Así descubrimos a la Iglesia, nuestra Madre, a imagen de María, participando en el nacimiento de los hijos de Dios. La Iglesia no es una asociación que constituimos, es una familia que recibimos y que nos sostiene. El modelo de María es también su madre, en el sentido en el que la Iglesia vive de la fe del corazón inmaculado, completamente disponible al don de Dios. María no añade nada a la obra de la salvación, colabora en ella acogiéndola de manera perfecta, sin perder nada, mientras que librados a nosotros mismos, huimos y dejamos solo a Jesús. Pero «la Madre de Jesús estaba allí», en Caná y al pie de la Cruz, en el «comienzo de los signos» y cuando Jesús puede decir: «Está cumplido».

María, nuestra Madre

c) Hijos de María, misioneros del Evangelio

En Lourdes, con Bernardita, podemos recibir a María en nuestra casa, para vivir mejor la gracia de nuestro bautismo, para dejarnos engendrar por ese corazón creyente que ha llevado a Jesús: Bernardita ingresó en las Hijas de María el 8 de septiembre de 1858.

Podemos nosotros también entrar en la Familia de Nuestra Señora de Lourdes, conocer la alegría de la Aparición. Recibimos en ese momento el escapulario azul de María y Bernardita: con ellas estaremos «revestidos de Cristo» (Gálatas 3, 27).

Piedra blanca, escapulario azul, nos convertimos en otros Cristos en el corazón de María, discípulos-misioneros del Espíritu de vida, al servicio de la civilización del Amor. Esa es la Misión de la Inmaculada: María Inmaculada, la “llena de gracia”, es el camino por el cual Jesús, a través de ella, asumió nuestra humanidad que viene aún hoy en el corazón de cada hombre. Por vía de consecuencia es hoy también el camino por el cual todo hombre va hacia su Hijo y por Él hacia el Padre. San Maximiliano María Kolbe nos guía por la vía ya trazada por San Luis María Grignion de Montfort: «Por tanto, si establecemos la sólida devoción a la Santísima Virgen es sólo para establecer más perfectamente la de Jesucristo y ofrecer un medio fácil y seguro para encontrar al Señor. Si la devoción a la Santísima Virgen apartase de Jesucristo, habría que rechazarla como ilusión diabólica. Pero, como ya he demostrado y volveré a demostrarlo más adelante, sucede todo lo contrario. Esta devoción nos es necesaria para hallar perfectamente a Jesucristo, amarlo con ternura y servirlo con fidelidad». (Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen María.)

Tendríamos que retomar el Capítulo VIII de la Constitución Conciliar sobre la Iglesia y volver a descubrir que por nosotros mismos buscaremos a Jesús siguiendo los meandros de nuestros razonamientos, de nuestros pobres sentimientos, tan rápidamente desviados de las buenas intenciones o buenas resoluciones que nos llevan. Sólo María, con su fe pura, trazará un camino directo hasta el corazón de Dios. Desde entonces, «lejos de impedir la unión inmediata de los creyentes con Cristo, la fomenta». Así María es mediadora de una «mediación materna», como una matriz que nos modela y nos engendra a imagen de nuestro hermano mayor.

La oración mariana toma allí su raíz, nos hace entrar en el Magníficat de María, hasta el pie del Calvario, hasta los caminos de la Iglesia, entre los hombres de todos los tiempos, desde todos los lugares, en el soplo del Espíritu de Jesús entregado en la cruz para un nuevo Pentecostés. Bernardita lo reconoció delante de la Gruta de Massabielle. Ahora tenemos que acogerlo también nosotros y deslizarnos en la gracia del don que se nos propone.

«El futuro de Lourdes es la Inmaculada Concepción», aseguraba el P. Duboé, uno de los primeros capellanes, en el momento de la inauguración del culto en la Gruta en 1866. Se añadía en 2008: «El futuro de la humanidad es la Inmaculada Concepción», es la alegría del nacimiento y del comienzo.

Texto escrito por P. André Cabes.

Fuente: Santuario de Lourdes Francia.

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