SANTUARIO PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE
LOURDES
Gruta y Basílica. Quinta Normal, Santiago de Chile.
Inicio >
Liturgia y Devoción
> Recursos Pastorales
Recursos
Pastorales > El Tiempo de Pascua
¡Aleluya, el Señor resucitó!
La Pascua es la cima del Año Litúrgico. Es el aniversario
del triunfo de Cristo. Es la feliz conclusión del drama de
la Pasión la alegría inmensa que sigue al dolor.
Pero dolor y gozo se funden pues se refieren en la historia, al
acontecimiento más importante de la humanidad: el rescate
por el Hijo de Dios del pecado original. Este acontecimiento es
un hecho histórico innegable.
Además de que todos los
evangelistas lo han referido, San Pablo lo confirma como el
historiador que se apoya, no solamente en pruebas, sino en
testimonios.
La Pascua se celebra por cincuenta días. Es la fiesta
más importante de la liturgia. Comienza el Domingo de Resurrección
y termina en Pentecostés inclusive. El color
litúrgico de toda la Pascua es el blanco, excepto Pentecostés,
que es rojo.
La Cuaresma termina en la tarde del
Jueves Santo con la liturgia de la Cena del Señor que da
comienzo al Triduo
Pascual. El Viernes Santo se hace el “ayuno pascual” que se
continúa el Sábado Santo, preparatorio a la gran
Celebración Pascual. El triduo culmina en la Vigilia
Pascual del sábado por la noche.
Los primeros ocho días de la
Pascua constituyen la Octava y se celebran como
Solemnidades del Señor.
En el tiempo de Pascua, es la vida de la joven Iglesia, llena del Espíritu de Pentecostés, la que se expresa a través de la lectura de los Hechos de los Apóstoles. Los ocho domingos de Pascua proponen así en su totalidad el anuncio de Cristo Resucitado en la predicación de los Apóstoles Pedro y Pablo. Es el anuncio del Kerygma.
En el día cuarenta de la Pascua (o domingo siguiente
como en Chile) se celebra la Ascensión del Señor y
el lapso entre Ascensión y Pentecostés es de
intensa preparación para la venida del Espíritu
Santo.
Podemos decir que Pascua no sólo
es un día, sino un gran día que se prolonga a lo
largo de un tiempo simbólico: “el sacramento pascual encerrado en
cincuenta días”, como dice una oración
del Gelasiano. La Iglesia dentro de su ordenamiento ha querido
dar una gran importancia a este tiempo resaltando todo el tema de
la vida y dando sentido a la cincuentena que va desde
Resurrección hasta Pentecostés, días que han
de ser celebrados con alegría y entrega testimonial,
haciendo sentir que esta cincuentena es el gozo de un solo gran
día, como más arriba se había ya
enunciado.
Los ocho primeros días de este Tiempo
Pascual son tenidos como la Octava de Pascua y se viven igual
que el primer día de Resurrección. Cabe destacar
que en el Antiguo Testamento se nos hablaba ya de una Pascua,
totalmente diferente a lo que ahora nosotros celebramos, es
difícil precisar algunas definiciones, pero es bueno
recordar que desde el Antiguo Testamento, el calendario hebreo en
los cincuenta días después de la pascua, se
celebraba la fiesta de las
semanas, que en un principio era las fiestas de los
agricultores por la recolección de las primeras mieses y
que luego sería celebrada como fiesta de la Ley y de la Nueva
Alianza.
En el Nuevo Testamento esta cincuentena
pascual va en directa relación con el Resucitado hasta su
Ascensión, en ella van cuarenta días y luego a la
espera de la venida del Espíritu Santo. El
Tiempo Pascual tiene su característica especial,
es un tiempo en donde la
oración y la alabanza es siempre de pie, como
expresión de la alegría de Aquel que muerto ha
resucitado, es un tiempo en donde se prohíbe el ayuno, es
imposible hacer penitencia en la alegría de Aquél
que nos dio la vida y vida en abundancia, por lo tanto no hay o
no existe cabida, en este tiempo, para la tristeza.
Recordemos que el tiempo cuaresmal ha
sido un tiempo de preparación para los catecúmenos,
ellos durante todo este período de penitencia, abstinencia
y ayuno se han preparado para ser los nuevos neófitos, por
lo tanto tiene una connotación mucho más
específica. En este tiempo nuevo de la Iglesia, los
neófitos integrarán la comunidad y podrán
participar de todo aquello que la Iglesia les propone.
Aquí nos damos cuenta del nuevo sentido que cobra celebrar
la Pascua. Los neófitos
al participar de la Asamblea Litúrgica se integran a ella
dándole un nuevo sentido y valor. Y los que en
años anteriores habían sido bautizados, renuevan su
profesión de fe conmemorando así su propio
bautismo.
Es
interesante volver a decir que la Iglesia, en su Liturgia, ha
conservado este carácter de festividad, de solemnidad, no
sólo de un día, sino de un gran día que se
extiende por una semana, con todas las
características
de día domingo, día de vida, día de
resurrección.
Es importante decir que este tiempo es
muy valorado para celebrar algunos sacramentos pascuales que
cobran mucho sentido por la particularidad de sus lecturas y
oraciones, por ejemplo, Bautismo, Confirmación y Primeras
Comuniones. Además utilizar en la Unción de los Enfermos el
óleo nuevo, en la
perspectiva pascual, es prácticamente una catequesis
nueva.
Bien sabemos que todo este tiempo es
propio del Espíritu, es bueno
marcar la preparación a Pentecostés, bajo el signo
del Paráclito.
Por último dar un lugar especial a María, cobra un relieve especial, ya que ella está presente en la espera del Espíritu Santo. Al darle su espacio reconocemos la presencia de María que participa en la Pascua de su Hijo, en la alegría de su Resurrección y como mujer nueva que ha vivido junto al Hombre nuevo el Misterio Pascual.
Dios Padre nos ha mostrado su voluntad de que la muerte no
tiene la última palabra. Por eso, la noche del
Sábado Santo, la
de la Vigilia Pascual,
es para regocijarnos en el amor de Dios, amor que siempre quiere
la vida, la libertad y la alegría. Muchos gestos
acompañan el festejo de la Vigilia Pascual: el
fuego de la luz nueva, el
agua de la vida nueva, la
Palabra, la Eucaristía, el Pregón Pascual, las bendiciones como la del
cordero, la procesión con Jesús Resucitado... en
fin, todo aquello con lo cual queremos alabar a Dios y renovar
nuestra vida de hijos e hijas de Dios. Las distintas lecturas del
Antiguo Testamento de esa noche nos llevan a contemplar la obra
del Padre a través de la historia. Él estuvo
siempre presente con su voluntad de salvar a la humanidad. Salvar
del pecado, de la opresión, de la desesperanza. Él
dio siempre su Palabra para que su pueblo viva, y fue generoso en
regalarnos su gracia. La
Resurrección de su Hijo Jesús y el don del
Espíritu son su regalo más grande.
La Pascua comprende los ocho domingos
situados entre la Vigilia
Pacual y la fiesta de Pentecostés, inclusive. El
primer domingo
está concentrado en el acontecimiento mismo de la
Resurrección, según la versión de San Juan
Evangelista.
El segundo domingo es conocido como
Domingo de Tomás:
porque aparece el relato sobre la incredulidad de Santo
Tomás Apóstol, quien no estaba con su comunidad al
momento de una de las apariciones de Jesús. Tomás
se convierte y lo lleva a exclamar ese “¡Señor mío y
Dios mío!”, jaculatoria tan hermosa que han
repetido millones de cristianos todos los tiempos. Este domingo
(en un año normal) se celebra además Cuasimodo, hermosa tradición religiosa
de nuestro pueblo. Se trata de un gesto de caridad y solidaridad
hacia nuestros enfermos, a quienes se les administra la
Comunión Pascual para robustecer su fe y acrecentar su
esperanza. Y también es el Domingo de la Divina Misericordia, instaurado por el siempre
recordado San Juan Pablo II.
El Evangelio del tercer domingo nos muestra,
según el año, diversos momentos en que Jesús
se aparece a sus discípulos, les da muestras concretas de
su Resurrección y los envía como testigos a todas
las naciones. Advertir el gozo de los Apóstoles debe
alentar nuestra ansia de comunión con el Señor... y
en comunidad con el prójimo.
El cuarto domingo es el domingo del
“Buen
Pastor”, Jesús se declara como el Buen Pastor
a quien las ovejas le conocen y avisa sobre la existencia de
falsos pastores. El Cuarto Domingo de Pascua se celebra
además la Jornada de
Oración por las Vocaciones. La Iglesia necesita con
urgencia nuevos pastores. La mies es mucha, los operarios son
pocos.
Los domingos quinto y sexto se concentran
en oraciones y diálogos de Jesús con sus
Apóstoles: sus mensajes, que nos llegan a todos y cada uno
de nosotros, de alguna forma nos ayudan a mirar las celebraciones
de las semanas venideras: Ascensión y Pentecostés.
“Yo soy el Camino, la
Verdad y la Vida”, “Permanezcan en Mí como
Yo permanezco en ustedes”,
"Ámense los unos a los otros como Yo los he
amado”, “Yo le pediré al Padre que les dé otro Defensor... el
Espíritu de la Verdad” son algunas de las
Palabras de Jesús que nos entregan estos
domingos.
El séptimo domingo celebramos la
Ascensión del
Señor: es la culminación de la historia
terrena de Jesús, que desde entonces está
“sentado a la derecha del
Padre”. Jesús es elevado al cielo cuarenta
días después de su Resurrección, pero
permanece con su Iglesia, como Él mismo lo anunció
a sus discípulos al momento de subir, exhortándolos
eso sí a anunciar el Reino de los Cielos. En aquellos
países donde la Ascensión se celebra el jueves
anterior (día cuarenta después de
Resurrección), las lecturas del séptimo domingo
están igualmente relacionadas con el acontecimiento de la
subida al cielo de Jesús.
El tiempo de Pascua culmina el domingo de Pentecostés. Jesús envía sobre los Apóstoles el Espíritu Santo. Ese mismo Jesús nos lo envía a cada uno de nosotros. El Espíritu Santo es el mayor regalo que el Padre ha hecho a los hombres por medio de Cristo. Esto nos compromete a vivir nuestra fe, a mantener la esperanza y a ser fuertes en la dificultad.
Vigilia Pascual: Mateo 28, 1-10 (Año A);
Marcos 16, 1-7
(Año B); Lucas
24, 1-12 (Año C).
Domingo de Resurrección:
Juan 20, 1-9.
Segundo Domingo: Juan 20, 19-31.
Tercer Domingo: Lucas 24, 13-35 (Año A);
Lucas 24, 35-48
(Año B) y Juan 21,
1-19 (Año C).
Cuarto Domingo: Juan 10, 1-10 (Año A);
Juan 10, 11-18
(Año B) y Juan 10,
27-30 (Año C).
Quinto Domingo: Juan 14, 1-12 (Año A);
Juan 15, 1-8 (Año
B) y Juan 13,
31-33a.34-35 (Año C).
Sexto Domingo: Juan 14, 15-21 (Año A);
Juan 15, 9-17
(Año B) y Juan 14,
23-29 (Año C).
Ascención del Señor:
Hechos 1, 1-11 (relato);
Mateo 28, 16-20 (A);
Marcos 16, 15-20 (B) y
Lucas 24, 46-53
(C).
Pentecostés: Hechos 2, 1-11 (relato);
Juan 20,
19-23.
(Se proclama en
la Misa de la Vigilia Pascual)
Exulten por
fin los coros de los ángeles, exulten las
jerarquías del cielo, y por la victoria de Rey tan
poderoso que las trompetas anuncien la
salvación.
Goce
también la tierra, inundada de tanta claridad, y que,
radiante con el fulgor del Rey eterno, se sienta libre de la
tiniebla que cubría el orbe entero.
Alégrese también nuestra madre la Iglesia,
revestida de luz tan brillante; resuene este templo con las
aclamaciones del pueblo.
En verdad
es justo y necesario aclamar con nuestras voces y con todo el
afecto del corazón a Dios invisible, el Padre
todopoderoso, y a su único Hijo, nuestro Señor
Jesucristo.
Porque
Él ha pagado por nosotros al eterno Padre la deuda de
Adán y, derramando su sangre, canceló el recibo del
antiguo pecado.
Porque
estas son las fiestas de Pascua, en las que se inmola el
verdadero Cordero, cuya sangre consagra las puertas de los
fieles.
Esta es la
noche en que sacaste de Egipto a los israelitas, nuestros padres,
y los hiciste pasar a pie el mar Rojo.
Esta es la
noche en que la columna de fuego esclareció las tinieblas
del pecado.
Esta es la
noche en que, por toda la tierra, los que confiesan su fe en
Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad
del pecado, son restituidos a la gracia y son agregados a los
santos.
Esta es la
noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende
victorioso del abismo. ¿De qué nos serviría
haber nacido si no hubiéramos sido rescatados?
¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros!
¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Para
rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!
Necesario
fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte
de Cristo. ¡Feliz la culpa que mereció tal
Redentor!
¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella
conoció el momento en que Cristo resucitó de entre
los muertos.
Esta es la
noche de la que estaba escrito: «Será la noche clara
como el día, la noche iluminada por mí
gozo».
Y
así, esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las
culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la
alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia,
doblega a los poderosos.
En esta
noche de gracia, acepta, Padre santo, este sacrificio vespertino
de alabanza que la santa Iglesia te ofrece por rnedio de sus
ministros en la solemne ofrenda de este cirio, hecho con cera de
abejas.
Sabernos ya
lo que anuncia esta columna de fuego, ardiendo en llama viva para
gloria de Dios.
Y aunque
distribuye su luz, no mengua al repartirla, porque se alimenta de
esta cera fundida, que elaboró la abeja fecunda para hacer
esta lámpara preciosa.
¡Qué noche tan dichosa en que se une el cielo con la
tierra, lo humano y lo divino!
Te
rogarnos, Señor, que este cirio, consagrado a tu nombre,
arda sin apagarse para destruir la oscuridad de esta noche, y,
como ofrenda agradable, se asocie a las lumbreras del
cielo.
Que el
lucero matinal lo encuentre ardiendo, ese lucero que no conoce
ocaso y es Cristo, tu Hijo resucitado, que, al salir del
sepulcro, brilla sereno para el linaje humano, y vive y reina
glorioso por los siglos de los siglos.
Amén.
<< Recursos Pastorales <<
Información
General | Mapa del
Sitio | Condiciones de Uso | Salir a Portada