SANTUARIO PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE
LOURDES
Gruta y Basílica. Quinta Normal, Santiago de Chile.
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Eucaristía > Capítulo 3: Liturgia de la
Palabra
En la Liturgia de la Palabra, Dios mismo le
habla a su Pueblo: “Está presente en su Palabra,
pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es
Él quien habla”. Se hace presente y nos habla
de la misma manera como lo hizo con sus discípulos en
Emaús. Es Dios que quiere entrar en diálogo con
nosotros, Él nunca nos deja de acompañar y
conducir. Su presencia por medio de la Palabra es presencia que
se hace vida y efectiva.
La acción de Cristo mediante la
Palabra de Dios nos anima a transformar nuestra vida, nuestra
actitud debe ser de total apertura para que el Señor
actúe. Es importante entonces dejar actuar al
Señor, dejar que Él moldee nuestro corazón y
nos convierta en hombres nuevos.
Por tanto cuando escuchamos la Palabra
de Dios en la asamblea, es el Señor quien nos
enseña. Lo hace a través de la Palabra de Dios
escrita en las Sagradas Escrituras, pero, sobre todo,
iluminándonos en lo más íntimo del ser. Las
más bellas páginas de las Sagradas Escrituras no
son nada si el Espíritu Santo no se hace nuestro pedagogo.
Más allá del lector que proclama el texto sagrado y
el sacerdote que lo comenta, es el Espíritu Santo el que
habla. Ponerse a la escucha de la palabra es ponerse a la escucha
del Espíritu. Pero su finalidad es “instruirnos para celebrar el
misterio pascual”, cuyo memorial es la cena del
Señor; “penetrar
en los designios del amor del Padre”, que culminan
en el don de su Hijo.
La Iglesia crece y se construye al
escuchar la Palabra de Dios, y los prodigios que en muchas formas
Dios realizó en la historia de la salvación se
hacen presentes de nuevo en los signos de la celebración
litúrgica de un modo misterioso, pero real. Dios, a su
vez, se vale de la comunidad de fieles que celebra la liturgia,
para que su Palabra se propague y sea conocida y su nombre
alabado por todas las naciones.
“Por tanto, siempre
que la Iglesia, reunida por el Espíritu Santo en la
celebración litúrgica, anuncia y proclama la
Palabra de Dios, se reconoce a sí misma como el nuevo
pueblo, en el que la alianza antiguamente pactada llega ahora a
su plenitud y perfección. Todos los cristianos, que por el
bautismo y la confirmación en el Espíritu se han
convertido en mensajeros de la Palabra de Dios, después de
recibir la gracia de escuchar la Palabra, la deben anunciar en la
Iglesia y en el mundo, por lo menos con el testimonio de su
vida.”
La Liturgia de la Palabra está
formada por: Primera Lectura,
Salmo Responsorial, Segunda Lectura, Aleluya, Evangelio,
Homilía, Credo y Oración de los
Fieles.
Todos los domingos, excepto durante el
Tiempo Pascual, la Primera
Lectura se toma del Antiguo Testamento. Siempre se
escoge en referencia al Evangelio. La ley y los Profetas conducen
de este modo hacia Cristo. En el tiempo de Pascua, es la vida de
la joven Iglesia, llena del Espíritu de
Pentecostés, la que se expresa a través de la
lectura de los Hechos de los
Apóstoles. Los ocho domingos de Pascua proponen
así en su totalidad el anuncio de Cristo Resucitado en la
predicación de los Apóstoles Pedro y Pablo. Es el
anuncio del Kerygma.
El Salmo Responsorial es una respuesta meditativa a la Primera Lectura. Oramos al Señor cantando o rezando este himno, que en ocasiones excepcionales puede no estar tomado del libro de los Salmos. Siempre es preferible cantar el Salmo o por lo menos entonar la antífona.
La Segunda Lectura suele tomarse de las
Cartas
Apostólicas. Cada domingo, Pedro, Juan o sobre todo
Pablo, está presente en el seno de la asamblea,
iluminándola y guiándola, a veces incluso
despertándola de su adormecimiento, como lo hiciera en
otro tiempo en Roma, en Éfeso o en Corinto.
El Aleluya es la aclamación antes
del Evangelio y tiene por sí mismo el valor de
rito o acto, mediante el
cual la asamblea de los fieles recibe y saluda al Señor,
que va a hablarles, y profesa su fe cantando. El canto del
Aleluya acompaña la procesión del evangeliario
desde el altar al ambón. En Cuaresma, el Aleluya se
reemplaza por otra aclamación cantada.
El Evangelio es la parte central de la
Liturgia de la Palabra,
la Instrucción General del Misal Romano (IGMR) nos dice:
“La lectura del Evangelio
es la cumbre de la Liturgia de la Palabra. La Liturgia
enseña que se le ha de tributar suma veneración
cuando la distingue entre las demás lecturas con
especiales muestras de honor…”
La Homilía, conocida
comúnmente como “prédica”, es la
reflexión que entrega el sacerdote a la asamblea, a partir
de los textos bíblicos, acerca de los misterios de la fe y
la manera en que la Palabra de Dios interpela la vida.
La Profesión de Fe expresa la
adhesión de la asamblea a la Palabra que acaba de recibir.
El Credo debe decirlo o
cantarlo el sacerdote junto con el pueblo los domingos y
solemnidades; también puede decirse en celebraciones
más solemnes. Si se canta, lo comienza el sacerdote o,
según las circunstancias, un cantor o los cantores, pero
será cantado por todos juntos, o por el pueblo alternando
con los cantores.
Después de haber escuchado la Palabra de Dios (lecturas
bíblicas) y después de escuchar la enseñanza
de la Iglesia (homilía), nos disponemos a decirle a Dios
la palabra que hay en nuestro corazón. Y lo hacemos llenos
de confianza porque sabemos que Dios nos escucha, incluso sin
necesidad de dirigir hacia Él nuestras palabras, porque
Él sabe bien cuáles son nuestras necesidades. Es
momento privilegiado para ejercitar nuestro sacerdocio
común de los fieles, presentando a Dios todas las
peticiones de la familia humana. La Oración de los Fieles
también es conocida por Oración Universal.
1. Hay que proclamar al menos dos
lecturas bíblicas durante la semana, esto significa la
Primera Lectura y el
Evangelio.
2. Entre los ritos de la Liturgia de
la Palabra hay que tener en cuenta la veneración especial
debida a la lectura del Evangelio. Cuando se dispone de un
evangeliario (libro que
contiene exclusivamente los Evangelios), que en los ritos
iniciales ha sido llevado por un diácono o por un lector,
es muy conveniente que ese mismo libro sea tomado del altar por
el diácono o, si no lo hay, por un sacerdote y sea llevado
al ambón, acompañado de los ministros que llevan
velas e incienso o con otros signos de veneración,
conforma a los que se acostumbre.
3. La Liturgia de la Palabra
será celebrada de tal modo que favorezca la meditación, por eso se
evitará completamente toda clase de prisa que impida el
recogimiento. Conviene que en ella también se den momentos
breves de silencio, adaptados a la asamblea congregada, en los
cuales, con la ayuda del Espíritu Santo, la Palabra de
Dios sea acogida en el corazón y mediante la
oración se prepare la respuesta.
1. Los lectores deben ejercitarse en el arte de la
comunicación: no se trata tanto de “leer”, sino de
“proclamar”,
de comunicar el mensaje. De allí la importancia de la
dicción, de las pausas, del tono de voz. Además, se
debe buscar el tono justo de proclamar, según el
género literario del texto: relato histórico,
enseñanza doctrinal, exhortación, etc.
2. Puede ser lector, un hombre, una
mujer, un joven, y también niños teniendo presente
lo anteriormente mencionado, para las lecturas que no sea el
Evangelio. No es conveniente llamar de improviso a posibles
voluntarios.
3. Los lectores deben cuidar su
presentación personal, evitar el uso de ropas que desdigan
la nobleza de su oficio.
4. No deben leer en hojas sueltas, ni
siquiera en los folletos “El Domingo”, sino en
libros realmente “dignos,
decorosos y bellos”.
1. El libro de la Palabra es el signo
visible de aquella Palabra que, inspirada por el Espíritu
Santo, la Iglesia recibió y conserva con especial
esmero.
2. Para ayudar a descubrir la
presencia de Dios en el Sacramento de su Palabra, es necesario
cuidar la forma externa del libro. No corresponde al respeto
debido a la Palabra de Dios el uso de hojas o folletos en la
acción litúrgica. Estas, si es del caso, deben
ubicarse dentro de un libro digno.
3.
Todas las lecturas bíblicas y el Salmo Responsorial se
proclaman desde el ambón.
* No preparar la lectura.
* No cerciorarse con la debida
anticipación de que el micrófono esté
encendido, ni saber a qué distancia debe usarse.
* Ir vestido de forma
inconveniente.
* No leer desde el
ambón, que es el lugar de la Palabra de Dios.
* No estar de pie en forma
correcta, sino balanceando una pierna o haciendo otros
tics.
* Dirigir la lectura al
ambón o al libro y no al pueblo.
* Decir “primera lectura” (o
segunda) y la frase que sigue (los escritos en rojo).
* Leer con prisa, en forma
confusa, sin proyectar la voz.
* “Decir” las palabras y
no el mensaje. No saber de qué mensaje se trata.
* No hacer las debidas pausas
entre las frases y los párrafos.
* No dar tiempo a que el
mensaje penetre en los oyentes; no hacer un espacio de silencio
después de cada lectura.
* No hacer una pequeña
pausa entre el fin de la lectura y el anuncio de que la lectura
ha terminado: “Palabra de
Dios”. (Y solo debe decirse “Palabra de
Dios”, jamás "Esta es Palabra de Dios" ni
similares).
* Leer él mismo el Salmo Responsorial, que normalmente debe ser dirigido por otra persona: salmista, cantor, o al menos leído por otro lector. Igual cosa ocurre con la Segunda Lectura, que debe ser proclamada por alguien que no haya leído la Primera Lectura ni el Salmo.
1. ¿Cuál es mi
actitud de escucha en mi familia, con mis vecinos, en mi trabajo
en mi comunidad, y con todo aquel que necesite ser
escuchado?
2. ¿Me siento escuchada
por otros? ¿Qué genera en mi corazón esta
actitud?
3. ¿Cómo he
fortalecido mi actitud de escucha de la Palabra de
Dios?
4. ¿Cómo es mi
diálogo con el Señor, una vez escuchada su
Palabra?
5. ¿Produce ecos en mi vida la Palabra
escuchada y meditada?
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