SANTUARIO PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE
LOURDES
Gruta y Basílica. Quinta Normal, Santiago de Chile.
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Pastorales > Catequesis sobre la
Eucaristía > Capítulo 6: Rito de la
Comunión
El Amén de la Doxología
concluye la gran Plegaria
Eucarística. Con esta aclamación tiene
término la parte central de la celebración, que se
abre hacia su culminación.
En efecto, el sacrificio tiene un
verdadero significado sólo si conduce y desemboca en la
comunión, que es plena participación al sacrificio
que la Iglesia ha ofrecido y de la cual hemos participado y hecho
parte.
La Comunión desde la perspectiva
ritual es bastante simple, pero parte esencial de la
celebración, que hace referencia y cumple las palabras de
Nuestro Señor: “Coman mi Cuerpo y beban mi Sangre
para tener la vida eterna”.
Nos acercamos a comulgar para hacernos
uno con el Señor, para que Él viva en nosotros, y
nosotros en Él, sin perder de vista la dimensión de
que el comulgar también es comunión con los
hermanos que son Cristo, la fracción del pan
acompañada por el canto del Cordero, por una parte nos
recuerda que el nombre original y primero de la Eucaristía
fue el de “fracción del
pan”.
Pero también es una proclamación de nuestra fe
eucarística en cuanto que el pan que partimos es
verdaderamente Cristo, el Cordero de Dios, presente en medio de
nosotros, pero al mismo tiempo Señor de la
Gloria.
El Rito de Comunión está
formado por: Padre Nuestro,
Rito de la Paz, Fracción del Pan, Comunión y
Oración después de la
Comunión.
Con la oración del Padre Nuestro se inicia el
Rito de la
Comunión. La oración la reza toda la
comunidad junto con el sacerdote. Pero, ¿por qué el Padre Nuestro
abre el Rito de la Comunión? A causa de dos de sus
peticiones: “Danos hoy
nuestro pan de cada día” y “Perdona nuestras
ofensas”. Sin duda, Jesús hace que los
Discípulos pidan a Dios el pan que cada día
alimenta el cuerpo, pero no se puede dejar de ver en esa
petición, una alusión al Pan que produce Vida
Eterna. La petición del perdón de las ofensas
gozaba de gran aceptación en la época en que
sólo se conocía la Confesión de los Pecados
más graves. El Padre Nuestro constituía un medio
privilegiado para recibir el perdón de las faltas de la
vida cotidiana.
En este rito se implora la paz y la unidad para la Iglesia y para el
mundo. El signo de la paz
es, más que un saludo, una expresión de caridad, en
el que, a través del gesto, un cristiano debiera asumir
hacerse cargo de quien abraza. Se trata, entonces, de un signo de
comunión fraterna.
“Fracción
del Pan” (Hch. 2, 42-46; 20, 7-11) es una
expresión judía. Designa una antigua costumbre del
pueblo de partir el pan antes de comer y después de la
bendición de la mesa. Así, el gesto
eucarístico se ubica en un simbolismo tradicional en que
se vinculan íntimamente la hospitalidad y el compartir el
pan con la comunión entre las personas. De ahí la
reflexión de Pablo en 1 Corintios 10, 16: “El pan que partimos, ¿no es
comunión con el Cuerpo de Cristo?”. En esa
tradición es el dueño de casa el que parte y
reparte el pan; el gesto de la fracción del pan,
también lo realizó Cristo en la última
Cena.
El Cordero de Dios se canta o se dice
durante la Fracción del Pan y la inmixtión o conmixtión
(gesto en que el sacerdote que preside deja caer una parte del
pan consagrado en el cáliz). La invocación del
Cordero de Dios puede repetirse varias veces mientras se
prolongue la fracción del pan; la última vez se
dice o canta: “danos la
paz”.
Se puede decir que, considerando su
raíz en el actuar de Jesús y, como también
está atestiguado en los relatos de la Institución y
las comidas con el Resucitado, la Cena del Señor se
celebró desde el comienzo en el contexto de una comida
comunitaria ordinaria. El memorial de los gestos del Señor
sobre el pan y el vino y la comunión en ellos estuvieron,
así, siempre unidos a un sentido de comunión
fraternal y de solidaridad, sobre todo con los más pobres.
Seguramente por esta razón fundamental es que Pablo puede
afirmar que el que cada uno coma “de su propia cena (…),
mientras uno pasa hambre y otro se embriaga (…), eso ya no
es comer la Cena del Señor”.
La Comunión acrecienta en
nosotros la fe y la esperanza cristiana y fortalece la caridad
para hacer de nuestra vida, como la de Cristo, una vida entregada
a los demás. La Eucaristía es don y tarea: por ser
“sacramento de piedad,
signo de unidad, vínculo de caridad”, nos
urge a la comunión eclesial. Es el encuentro anhelado e
íntimo de hermanos que comparten la misma mesa. Tampoco en
este momento hemos de olvidar a los demás, pues nunca el
amor a Dios separa del amor al prójimo.
La Comunión siempre ha sido
considerada como un momento y un suceso trascendental en la vida
de los fieles. Hombres y mujeres, jóvenes o adultos,
experimentan, muchas veces, una inexpresable cercanía de
Jesús en la comunión. El día de la Primera
Comunión queda impreso en las almas tiernas de los
niños, de los jóvenes y adultos convertidos.
¡Cuántas veces en
las horas difíciles de la fe y de la vida los hombres y
mujeres recurren a este dulce recuerdo! Santa Teresa de
los Andes escribe en su diario: “El día 11 de septiembre de
1910, año del Centenario de mi Patria, año de
felicidad y del recuerdo más puro que tendré en
toda mi vida... No es para describir lo que pasó por mi
alma con Jesús. Le pedí mil veces que me llevara, y
sentía su querida voz por primera
vez”.
El Padre Hurtado, curtido por la aspereza
de su vida activa a favor de los pobres, nos dice: “¡Qué abundancia de
gracia trae al alma del sacerdote la Consagración de cada
mañana! El fruto especialísimo de la tierra es para
el celebrante fruto delicado, fruto del que sólo el
sacerdote goza. Sólo por celebrar misa cada día se
podía uno hacer sacerdote. Solo por tomar aquella Hostia
santa y ofrecerla todos los días al Padre y luego comerla
y luego beber aquel ‘cáliz bendito, donde se
encierra el bien supremo de cielo y tierra, la sangre pura que al
Hijo amado la Virgen dio’ ”.
Con esta oración, que también es conocida como
Oración de
Poscomunión, el sacerdote ruega para que se
obtengan los frutos del Sacramento celebrado; la asamblea acoge
esta oración con la aclamación “Amén”.
Antes de comulgar, el sacerdote realiza
una oración en silencio para prepararse a recibir el
Cuerpo y la Sangre de Cristo. El sacerdote primero comulga el
Cuerpo de Cristo; luego toma el cáliz y bebe la Sangre de
Cristo. Después del sacerdote, los diáconos o
ministros también comulgan.
Los fieles, al igual que el sacerdote,
también pueden prepararse haciendo oración en
silencio antes de comulgar.
Habiendo comulgado, el sacerdote y los
ministros distribuyen la Eucaristía a quienes desean
comulgar; lo hacen sosteniendo el Pan consagrado un poco elevado
y diciendo a cada persona ”El Cuerpo de Cristo”.
Quien va a comulgar puede recibir el Cuerpo de Cristo con las
manos (haciendo una "cuna", quedando la mano derecha debajo de la
izquierda, para luego tomar la hostia con la derecha y comulgar)
o directamente en la boca; la primera opción es la
más recomendable. El comulgante responde “Amén”.
Si bien es cierto que “la comunión tiene una expresión más plena (…) cuando se hace bajo las dos especies ya que en esa forma es donde más perfectamente se manifiesta el signo del banquete eucarístico”, no siempre es posible realizarla.
1. ¿Cuáles son
los momentos más hermosos que he vivido en torno a la
mesa?
2. ¿Es Dios un Padre
para mí?, ¿en qué lo noto?
3. ¿Soy una persona que
busca la paz y la vivo con Dios y mis hermanos?
4. ¿La comunión
con Cristo es el centro de mi vida?
5. ¿Hago oración después
de recibir la comunión?, ¿qué ecos me genera
ese diálogo?
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