SANTUARIO PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE
LOURDES
Gruta y Basílica. Quinta Normal, Santiago de Chile.
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Pastorales > Catequesis sobre la
Eucaristía > Capítulo 7: Rito de
Despedida
El Rito
de Despedida de la Misa es breve, y nos envía a ser
testigos de lo que hemos celebrado en medio del mundo:
“que nuestra vida sea una
Eucaristía prolongada”, y a mirar el mundo
con la mirada del Espíritu para descubrir a Cristo en los
hermanos, ofrecernos para ponernos al servicio de los hermanos.
Que “se ponga de
manifiesto que los fieles Cristianos, sin ser de este mundo, son
la luz del mundo y dan gloria al Padre delante de los
hombres”. Si al principio de la Eucaristía
fuimos convocados, al final somos enviados a compartir la vida y
la fe con todas las personas. El Rito de Despedida se inicia con
los anuncios parroquiales, si es que hay algunos que deben ser
dichos en lugar de ponerlos en el diario mural
parroquial.
La Despedida es muy sobria. Consiste en
una bendición o petición de que Dios nos siga
acompañando, y en el envío, que no es simplemente
disolver la asamblea, sino un encargo para vivir, en los
quehaceres ordinarios, lo que hemos vivido en la
celebración comunitaria. Es “el mandato misionero: Ir para llevar
a todos el anuncio del Señor resucitado y su
‘paz’ ”. El que sale de la
celebración es un enviado, un misionero. Tiene que
testimoniar con su vida lo que ha celebrado con alegría.
Los Discípulos de Emaús, después de
reconocer al Señor en la fracción del pan, se
pusieron en camino, regresaron a Jerusalén y contaron a
los otros discípulos lo que les había ocurrido
cuando iban de camino y cómo habían reconocido a
Jesús al partir el pan (Lucas 24, 33).
El Rito de Despedida debe establecer la
unidad entre el culto litúrgico y la vida en la familia,
en el trabajo, en las relaciones sociales... Especial
atención hemos de prestar en este punto a la caridad
expresada en obras. “La
Eucaristía es acontecimiento y proyecto de fraternidad.
Desde la Misa dominical surge una ola de caridad destinada a
extenderse a toda la vida de los fieles... Es preciso que el
cristiano manifieste con sus actitudes que no se puede ser feliz
‘solo’ ”.
El amor recibido en la Eucaristía es el amor de
Jesucristo que “pasó haciendo el
bien” (Hech.10,38). Este amor lleva consigo hacerse
disponibles para otros, ser don para los demás. Es don que
“no admite ninguna
exclusión entre hombre y mujer, rico y pobre, libre y
prisionero, blanco y negro, judío y griego, europeo y
asiático”. “Del misterio eucarístico
brotan, se desarrollan y se alimentan el servicio a los pobres y
el testimonio de la caridad, la defensa y la promoción de
la vida de cada persona, la lucha por la justicia y la constante
búsqueda de la paz”.
El Rito de Despedida está formado
por: Bendición Final y
Envío.
El Sacerdote que preside pide la
Bendición a Dios. Recibimos la Bendición para nuestra
jornada. Algunas veces esto es hecho en una forma simple. Durante
las estaciones del año de la Iglesia y en ocasiones
especiales, esta bendición se hace en una forma más
solemne.
En estas ocasiones, inclinamos nuestra
cabeza y pausamos en silencio para pedir la Bendición de
Dios. Entonces concluimos como empezamos, haciendo en nosotros
mismos la Señal de la Cruz. Nuestra actitud es de gratitud
y alegría.
La Despedida es un arte, en el que un
clima fraternal puede dar un final agradable y llevar a conectar
la Eucaristía con la vida a través de un compromiso
y la decisión de dar testimonio en medio del mundo. La
formula “pueden ir en la
paz de Cristo”, es una “misión”.
Entonces somos despedidos- enviados, por el diácono o
el celebrante. La palabra “Misa” significa
“envío” o
“misión”. Antes
de retirarse el sacerdote venera el altar, besándolo. Si
hay diácono, también besa el altar.
“La celebración de la
Eucaristía en el sacrificio de la Misa es realmente el
origen y el fin del culto que se le tributa fuera de la
Misa”. Quien ama al Señor, aprecia hondamente
la permanencia del Señor sacramentado, que tiene varias
finalidades. Entre las prácticas que se han derivado de la
reserva de la Eucaristía en las iglesias, queremos
señalar también la exposición y las
procesiones con el Santísimo Sacramento. Son un don que
debemos tener en gran estima y aprovechar para intensificar
nuestra unión con el Señor. Es sabido que en la
oración silenciosa ante el sagrario han madurado muchas
vocaciones sacerdotales y a la vida consagrada.
La Eucaristía implica un
compromiso con los pobres, con los que Cristo se identifica
“en el rostro de cada
hombre, especialmente si se ha hecho transparente por sus
lágrimas y por sus dolores, podemos y debemos reconocer el
Rostro de Cristo, el Hijo del Hombre”.
La Santa Misa debe ser el centro de toda
la vida cristiana. Por eso la importancia de revalorizar la
Eucaristía dominical. Hemos de procurar, asimismo, que
todo el día y la semana sean una prolongación de la
Eucaristía. La presencia de Jesús, su vida, la
fuerza de su Espíritu, su sentir y su pensar han de ser
incorporados, personalmente por cada uno. De ahí
surgirá el vivir para los demás, el trabajo bien
realizado y la práctica de todas las virtudes. La
santificación de la vida diaria brota del contacto
íntimo con el Señor que nos alimenta y sostiene en
nuestro peregrinar.
La Celebración Eucarística
bien vivida introduce en un profundo espíritu de unidad
con todos. Cuando los miembros de la familia, adultos,
jóvenes y niños participan juntos en la Misa,
experimentan que su unidad se fortalece. Es importante que se
recupere o afiance la costumbre de sentarse juntos a la mesa
familiar, que las familias cristianas participen en la
Eucaristía y sean misioneras y solidarias, contribuyendo a
iluminar y mejorar la situación de tantos hogares
desunidos.
La Eucaristía es la cumbre y la
fuente de la vida y misión de la Iglesia, porque
constituye la más intensa presencia de Cristo, quien nos
une consigo y entre nosotros. Es “el lugar privilegiado para el
encuentro con Cristo vivo” y “continúa siendo el centro
vivo permanente en el cual se congrega toda la comunidad
eclesial”.
Que se refleje ardientemente en la Patria el mismo
espíritu de unidad que, como cristianos, respiramos en la
celebración eucarística. Hoy vemos con optimismo
aquellos signos de comunión, como los actos e iniciativas
que favorecen o realizan la unión fraterna; que buscan
superar los conflictos del pasado o del presente y crear nuevos
entendimientos; en los esfuerzos de muchos para mejorar la
sociedad, buscando que todos tengan pan, techo, trabajo y
alegría.
*. Los avisos importantes pueden
hacerse después de la oración
“poscomunión” (nunca después de la
homilía, antes de la poscomunión o durante el
silencio sagrado). Deben ser breves y de preferencia los da el
sacerdote, otro ministro o lector.
*. Se evitará publicidad o
alusiones monetarias. Además, no se deben dar muchos datos
y números, los que pueden causar confusión y son
difíciles de retener. Para todos estos fines es mejor usar
medios como boletines, afiches, páginas web,
etc.
*. El Misal ofrece variadas
bendiciones según los tiempos litúrgicos. El
diácono dice el invitatorio con una fórmula similar
a ésta: “inclinemos la cabeza para recibir la
bendición”.
*. Con las manos extendidas sobre la
Asamblea, el sacerdote pronuncia la triple Bendición a la
cual se responde “Amén”.
También se pueden usar las oraciones “sobre el pueblo” que
llaman a un compromiso de salir y llevar la liturgia a la vida
diaria.
*. La
Asamblea ha sido disuelta. Mientras se forma la procesión
de salida, se puede hacer el Canto Final (que no es parte de la
Liturgia), momento en el que los presentes manifiestan su
alegría y compromiso de vivir como “cristianos
eucarísticos”.
1. ¿El asistir a la
Eucaristía cambia mi forma de ser cristiano? ¿En
qué lo noto?
2. ¿Comprendo la
profundidad del Rito de Despedida?
3. ¿Con quiénes
en mi familia, barrio, trabajo, etc, comparto los frutos de la
Eucaristía?
4. ¿Soy un
Discípulo Misionero de Jesucristo?
5. De esta mesa de la Eucaristía,
¿qué puedo compartir en este Bicentenario con mis
hermanos?
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